Engordó a base de jericallas y grasa de cordero para que su panza le ayudara a sostener el bloc de notas mientras recorría la ciudad anotando direcciones para regresar de 3 a 4 meses después a fotografiar cosas características, como puertas de madera, fachadas oxidadas, señoras gordas que se alcanzan a ver mirando TV por una de las ventanas, chamacos flacos sentados en portones que no tienen vecinos con quienes jugar y lo que más le gustaba: zapatos enredados en las líneas de teléfono.

Cerca del 80% de las personas que jamás le gustaron eran todos aspirantes a ingenieros, entre ellos dos Civiles, uno Químico y otro inseguro. Todos ellos igual de tercos, uno más inteligente que el otro, cada uno más insoportable que el anterior; pero todos ellos con ese impulso de criticar que los hacía tan interesantes.
De todo esto se dio cuenta una mañana, la misma mañana en que hizo cuentas y determinó que el promedio de su productividad artística era cercana a cero. O nula.
¿En la Ciudad de la Furia habrá ingenieros?
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